La parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11–32)

Lucas 15:11–32 (LBLA)

11 Y Jesús dijo: Cierto hombre tenía dos hijos;
12 y el menor de ellos le dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.” Y él les repartió sus bienes.
13 No muchos días después, el hijo menor, juntándolo todo, partió a un país lejano, y allí malgastó su hacienda viviendo perdidamente.
14 Cuando lo había gastado todo, vino una gran hambre en aquel país, y comenzó a pasar necesidad.
15 Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquel país, y él lo mandó a sus campos a apacentar cerdos.
16 Y deseaba llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
17 Entonces, volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre!
18 “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti;
19 ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores.’”
20 Y levantándose, fue a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó.
21 Y el hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo.”
22 Pero el padre dijo a sus siervos: “Pronto; traed la mejor ropa y vestidlo, y poned un anillo en su mano y sandalias en los pies;
23 y traed el becerro engordado, matadlo, y comamos y regocijémonos;
24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.” Y comenzaron a regocijarse.
25 Y su hijo mayor estaba en el campo, y cuando vino y se acercó a la casa, oyó música y danzas.
26 Y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era todo aquello.
27 Y él le dijo: “Tu hermano ha venido, y tu padre ha matado el becerro engordado porque lo ha recibido sano y salvo.”
28 Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió su padre y le rogaba que entrara.
29 Pero respondiendo él, le dijo al padre: “Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos;
30 pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, mataste para él el becerro engordado.”
31 Y él le dijo: “Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo.
32 “Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque éste, tu hermano, estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.”

La paternidad en la Biblia

Padre. Padre. De todas las palabras que he tenido el placer de predicar en los 15 años que llevo en Mars Hill, cada vez que decimos “padre”, las reacciones son extremas.

Para algunos de Uds. esa palabra de inmediato trae a la memoria algo positivo. Su padre lo amaba y Ud. lo amaba, y esa relación es cariñosa, segura, y saludable.

Para algunos de Uds. es algo negativo. Su padre estaba ausente, era abusivo, era violento, era avaro, tacaño, religioso, desmedido, excesivo, negligente, egoísta, irresponsable, o mortíferamente dominante.

Para algunos de Uds., es solo un dolor. Siempre han deseado un padre. Siempre han querido tener un padre. El 43% de los niños en nuestro país se acostarán sin su papá; no tienen papá. Si esas estadísticas coinciden con Mars Hill, hoy tenemos 500 niños en la iglesia sin papá. En la comunidad afroamericana, ese número asciende al 70%. El 70% de los niños afroamericanos no tienen padre. Entre las poblaciones de indios americanos, los reportes indican que la esa cifra pueda ser más alta. Un amigo que tiene una gran iglesia en Philadelphia, es un pastor afroamericano con una congragación multiétnica, pero en su barrio de personas de raza afroamericana, el 90% de todos los niños nacidos—sin contar los abortos—el 90% de todos los niños nacidos en ese barrio son hijos de madres solteras, no tienen padres. No tienen padres. No tenemos muchos ejemplos de lo que es ser un buen padre, y de lo que hace.

Y cada vez que abordamos el tema de la paternidad en la Biblia, hay una gran variedad de reacciones. Y volveremos a abordar ese tema hoy en la parábola del hijo pródigo, en Lucas 15:11–32. Conoceremos un Padre asombroso que interactúa con un hijo rebelde y religioso.

Al abordar la historia, es una parábola que Jesús enseñó de camino a Jerusalén a donde iba a ser crucificado en nuestro lugar por nuestros pecados. Jesús es el mejor narrador de cuentos en la historia del mundo. El buen Samaritano y la historia del hijo pródigo son sin duda dos de las historias más profundas y adoradas en la historia del mundo. Hasta los no cristianos se saben estas historias. Podríamos decir que la historia, la parábola del hijo pródigo, es la más famosa y amada que se ha contado. Que se ha contado. Es la más larga de las parábolas de Jesús. Shakespeare escribió obras de teatro basadas en ella. Rembrandt pintó un cuadro de la historia del hijo pródigo.

Al abordar la historia, primero debemos identificar a los personajes. El padre nos revela a fin de cuentas a Dios Padre. Los dos hijos representan dos oportunidades que tenemos para insertarnos en la historia. ¿Cuál somos, el hijo rebelde, o el religioso?

Les diré una cosa también, los que quieran estudiar esta sección más a fondo en sus biblias, tenemos unas copias de este libro a la venta. Es un libro de pasta dura, fácil de leer; de $15, Está descontado $5 del precio de venta. The Prodigal God, por Tim Keller, un querido pastor, buen amigo mío, quien me ha ayudado mucho en el trascurso de los años, y con quien tengo el placer de servir en el consejo Gospel Coalition. Algunos querrán estudiarlo más detenidamente, y este libro es genial.

Padre. Al investigar la paternidad de Dios en la parábola, también representa una oportunidad para que los hombres solteros empiecen a pensar en ser padres, o tal vez hasta en casarse con alguna de esas madres solteras. Para nosotros que tenemos la honra y el privilegio de ser padres, es una oportunidad para examinar qué tal somos como padres con nuestros propios hijos. Y para los que no tienen padre, es una oportunidad para recordar que Dios mismo es Padre de huérfanos.

El padre

Como la fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios, leámoslo todo y después desglosaremos y explicaremos lo que dice. Lucas 15:11–32, “Y Jesús dijo: cierto hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos le dijo al padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió sus bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntándolo todo, partió a un país lejano, y allí malgastó su hacienda viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino una gran hambre en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquel país, y él lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y deseaba llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.

“Entonces, volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores’. Y levantándose, fue a su padre. Y cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: Pronto; traed la mejor ropa y vestidlo, y poned un anillo en su mano y sandalias en los pies; y traed el becerro engordado, matadlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse.

“Y su hijo mayor estaba en el campo, y cuando vino y se acercó a la casa, oyó música y danzas Y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era todo aquello. Y él le dijo: ‘Tu hermano ha venido, y tu padre ha matado el becerro engordado porque lo ha recibido sano y salvo’. Entonces él se enojó y no quería entrar. Salió su padre y le rogaba que entrara. Pero respondiendo él, le dijo al padre: ‘Mira, por tantos años te he servido y nunca he desobedecido ninguna orden tuya, y sin embargo, nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos; pero cuando vino este hijo tuyo, que ha consumido tus bienes con rameras, mataste para él el becerro engordado’. Y él le dijo: ‘Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque éste, tu hermano, estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’”.

Un padre y dos hijos: Uno es rebelde, y el otro religioso. Empezaremos con el padre. El padre representado aquí sin lugar a dudas es un padre asombroso. Ciertamente como padres, a veces recogemos lo que sembramos. La forma como criamos nuestros hijos puede poner en ellos un patrón pecado y de muerte. Sin embargo, a veces, un buen padre tiene un hijo rebelde. Eso es lo que pasa aquí. El padre ha amado y servido bien a sus hijos. No vemos ninguna razón para que este hijo odie a su padre.

Además, vemos que este padre es un buen hombre de negocios. Es una parte de la historia que por lo general se pasa por alto. Sabía ganar dinero. Sabía invertir, ahorrar, y gastar. En Proverbios dice que un hombre justo deja una herencia para los hijos de sus hijos. Eso significa que los hombres no solo deben pensar en sí mismos, sino en sus familias inmediatas y extendidas.

Hombres, a fin de cuentas, una de nuestras metas al morir es dejar algo no solo para nuestras familias inmediatas sino para nuestras familias extendidas. los niños de nuestros hijos, es decir, nuestros nietos; que por la gracia de Dios podamos ser buenos administradores y llevar una vida prudente, trabajar duro e invertir inteligentemente para ayudarles con un enganche para su casa. Si nuestros nietos desean sembrar una iglesia, deberíamos ser los primeros en darles un cheque para hacerlo una realidad. Ese debería ser el deseo del corazón de todo hombre, no solo gastar todo su dinero y endeudarse comprando juguetes y posesiones, sino invirtiendo en su legado y en su futuro.

Es exactamente lo que hizo este padre. Parece que tuvo éxito en los negocios. Podemos deducir o suponer, porque es un hombre piadoso, que le ha dado generosamente a Dios. Ayuda a los pobres, administra bien sus recursos, y ha ahorrado para darles una herencia a sus hijos.

Esa herencia pudo haber empezado mucho antes de su nacimiento, porque en esos días las riquezas y los terrenos en particular, en las sociedades agrícolas, eran pasadas de generación en generación. Por lo tanto, como niño, uno trabajaba la tierra que habían trabajado su padre y su abuelo, y su bisabuelo, y las cosas se guardaban en la familia para que la familia tuviese riquezas continuamente, seguridad, y alguna provisión.

Así que el padre por lo visto sabe manejar bien el dinero, y sabe amar. Ha construido un mundo donde sus hijos puedan crecer y con afecto ha cuidado sus corazones en ese mundo que les hizo. Pero los hijos responden trágicamente.

El hijo rebelde

El primero responde rebeldemente. El hijo rebelde dice y hace cosas impensables. Lo inimaginable. Deshonra a su padre. Llega al punto donde al menos es físicamente maduro, pero no es emocionalmente ni espiritualmente maduro; es como muchos jóvenes hoy en día. Es inmaduro, aunque físicamente es un hombre.

Se acerca a su padre y básicamente le dice: “Ojalá estuvieras muerto. Lo mejor para mi vida en este momento sería que estuvieras muerto. Papá, si sigues vivo, me complicarás la vida, porque tienes muchas riquezas y sé que la tercera parte de la herencia es mía. Y me gustaría mucho tener ese dinero. Como estás vivo, no puedo tenerlo. Por eso lamento que estés vivo. Ojalá estuvieras muerto. Quiero a las riquezas más que a ti. Es más, quisiera irme de aquí y llevarme mi parte de la herencia”.

Como padre de cinco hijos, tres niños y dos niñas, me sentiría destrozado. Me sentiría completamente destrozado. Que uno de mis hijos viniera y me mirara a los ojos y me dijera, “En este momento para mí lo mejor sería que estuvieras muerto. Papá, también necesito que liquides tu cuenta de retiro, tu seguro de vida, que vendas tus posesiones, que liquides todas tus inversiones, que lo hagas rápidamente aunque haya pérdidas, y que me des el dinero para poder irme. No quiero volver a verte, papá. Ojalá estuvieras muerto”.

Es exactamente lo que hace este joven. Deshonra a su padre. Desprestigia a su padre. Repudia a su padre. Hace lo impensable. Y el padre le da a este joven lo que quiere. Al hacerlo, incurre enormes pérdidas económicas. Uno no puede liquidar las cosas así tan rápidamente y venderlas a buen precio. El dinero que había ahorrado ha desaparecido. Además, es dinero que el padre necesita para pagar sus cuentas y sobrevivir. Si él o su esposa se enfermaran, podría haber usado ese dinero para cuidarse. Liquidó sus activos y se los dio a su hijo insensato.

¿Y qué hace el hijo? Le da la espalada a su padre y se marcha. Quiero que vean esto. Quiero que se imaginen al padre dándole al hijo una enorme cantidad de riquezas, mientras que el hijo le da la espalda y se larga. Supongo que el padre se quedó ahí llorando, Se desgañitaba llorando y esperando que el hijo recapacitara y le diera al menos una mirada de despedida. Pero el hijo no lo hace. Con el corazón empedernido se aparta de su padre y se marcha. No da vuelta atrás. No responde. No hace contacto con los ojos. En su corazón su padre está muerto, y su padre se queda ahí destrozado.

Como es necio, hace lo que muchos de Uds. han hecho. Se va a vivir a una gran ciudad. No sabe nada de ahorrar, invertir, ni de finanzas. Sería como un tipo con una gran herencia de su familia, y de pronto sale a comprar ropa nueva, carro del año, un nuevo condominio, muebles nuevos, y tragos para todos en un bar; se toma unas buenas vacaciones, compra bastantes juguetes, aparatos, y mujeres lanzadas en los clubes de strippers, sin carácter, que no merecen estar casadas. Lo hacen por dinero.

Y empieza a gastar. Al poco tiempo, se le está acabando el dinero. De pronto hay una hambruna. El equivalente de una recesión económica. De pronto los bienes raíces bajan, el precio de la gasolina sube, la tasa de desempleo sube. Sus inversiones se desploman. Todo lo que tenía ya no vale nada. Lo azota la crisis económica. Ha vivido por encima de sus medios y ahora la está pagando.

Llega al punto en que se ve forzado a vender sus activos, como su padre, pero a un precio mucho más bajo. Es como el tipo que va a la casa de empeños con su Xbox y a la semana siguiente lleva su televisor de pantalla plana. Trata de vender su carro en Craigslist, mejor dicho: “Se vende inmediatamente a la mejor oferta”. Así es este tipo. Llevó toda su ropa al Buffalo Exchange. Trata de sacarle unos centavos a cada dólar. Así es este tipo. Al poco tiempo lo desalojan del condominio. No le alcanza para pagar las cuentas. Empieza a tomar el bus. Necesita buscar trabajo. Nadie lo contrata porque no ha sido un buen empleado. No ha creado un buen currículo vitae. El mercado se ha ido a pique, no hay trabajo por ningún lado. Al poco tiempo se queda sin techo, y ahora vive en la calle; ha perdido peso, quizás tenga adicciones. Así está este tipo. Se ve mal, y le va mal.

Al fin consigue el único trabajo que puede encontrar, con los gentiles paganos en su hato de cerdos. Es un muchacho judío. Es el peor trabajo que un muchacho judío puede conseguir. Los cerdos son animales inmundos. No se les permite trabajar con ellos. No se les permite comerlos. Está allá afuera apacentando cerdos y tiene tanta hambre que quisiera comerse hasta lo que comen los cerdos, y se pregunta si debería comérselo.

Nadie viene y le ayuda. La última vez que este tipo recibió un regalo fue el de su padre. Llega al punto en que siente hambre. Está sin techo, está sucio. Es como el tipo que entra a la misión con las últimas fuerzas que tiene, y se nota que la ha pasado muy duro. Así se ve este muchacho exactamente.

¿Y qué hace? La Biblia dice que volvió en sí. Pensó, “Voy a morir. Pero mi padre está en casa y sabe mucho de finanzas; él tenía un plan, tiene siervos, gente que trabaja para él, y no están muriéndose de hambre. Mi padre les da de comer. No están sin techo, mi padre los está alojando. Mi padre es un gran hombre. Soy un idiota. Necesito regresar a casa con mi padre. Puede que me deje ser su siervo. Puede que me deje trabajar para él”. Es como un padre acaudalado, y su hijo piensa, “puede que me deje trabajar como barrendero. Quizás me deje barrer los pisos si le digo lo avergonzado que estoy y lo estúpido que he sido”.

La Biblia dice que entendió su pecado; reconoció su pecado. Dice que pecó contra su Padre y contra el cielo, y que pecó contra su padre terrenal. En realidad ha pecado contra ambos. Arrepentirse significa darse vuelta. De la misma manera que le dio la espalda a su padre y se marchó rumbo a una vida de pecado, ahora vuelve en sí. Se arrepiente; eso significa que se da vuelta y decide: “No puedo más, regresaré a mi padre. Caminaré de regreso a mi padre”.

El padre recibe a su hijo

Entonces volvemos en la historia con el padre. Y la historia dice que cuando todavía estaba lejos su hijo, el padre vio que venía. ¿Qué estaba haciendo el padre? Esperando, esperanzado y ansioso. Nos da la impresión de que cada mañana el padre se despertaba y miraba por la ventana para ver si su hijo volvía a casa. Bien, puede que le estén mandando reportes al padre sus amigos, quizás u otras relaciones extendidas; “Sí, ahora consume drogas, toma bastante. Sí, tuvo una sobredosis anoche, y perdió el conocimiento. Lo arrestaron, lo han desalojado”. El corazón del padre está roto. “Ese es mi hijo”. “Ha perdido mucho peso. Tuvo que ir a la clínica para que le hicieran un examen de SIDA. Está en muy malas condiciones”.

Cada mañana abre la ventana y mira y se pregunta: “¿Ya viene? No lo veo”. Pero cada mañana espera que su hijo regrese. Nos imaginamos que durante el día está en los campos trabajando y supervisando sus empleados. Es como un padre que vela por la llegada de su hijo, y se pregunta: “¿Ya viene? Solo quería mirar. No, todavía no ha venido. Señor, por favor tráelo a casa. Por favor no dejes que muera”. Después, un día, ve una silueta que viene lejos por el camino. Y se pregunta, “¿Será mi hijo?”. Mientras se acerca su hijo, lo reconoce por su complexión y su forma de caminar porque todo padre reconoce a sus hijos; los observamos en todo momento. “¡Es él! ¡Mi hijo ha regresado!”.

¿Entonces qué hace el padre? Sale corriendo. Culturalmente esto no se hacía en las culturas de oriente. Los hombres maduros no corrían, ¿No es cierto? Si ven a un hombre maduro corriendo, una de dos cosas están pasando: Ha cometido algún crimen, o alguien está tratando de hacerle daño. Los hombres no corren. Los viejos no corren, sobre todo en las culturas de oriente. Hoy por hoy, es una cultura decorosa. Los ancianos tienen que ser respetables, ser respetados, y portarse dignamente. Además, en esa cultura vestían una túnica con una enagua debajo, y para correr tenía que recogérsela como una niñita que se recoge la falda. Mejor dicho, ningún hombre quiere hacer lo que las niñitas cuando corren, recogerse la falda…¿cierto que no? No es algo que hacen los hombres, ¿no es cierto? Las personas verán las enaguas del padre, lo cual me parece muy raro. Está bien, todo esto es raro. Pero no aguanta ni un minuto más para reconciliarse con su hijo.

En esa cultura, había muchas cosas que le pudo haber hecho su hijo. Pudo haberlo desheredado. La Biblia dice, honra a tu padre y a tu madre. Éxodo 20:12. Es uno de los Diez Mandamientos. Sin duda había deshonrado a su padre, Por lo tanto su padre pudo haberlo desheredado.

Pudo haberlo azotado. Había una cláusula en la ley que decía que si su hijo se rebelaba, podía azotarlo. Pudo haberlo azotado. A veces los padres azotan a sus hijos con sus palabras. “Eres un estúpido. Te dije que eso pasaría. Eres un idiota. Lo echaste a perder todo. ¿Cómo pudiste hacerme esto?”.

De hecho, hasta pudo haberlo matado. Sí, lo dice en Deuteronomio 21, hay una cláusula donde si uno se rebelaba contra sus padres, y es bastante excesiva, podían hasta matarlo.

Así que al regresar a casa, este joven toma un riesgo enorme. Está inseguro de la clase de recepción que le van a dar. Nos imaginamos al muchacho cabizbajo, pensando para sus adentros: “¿Qué he hecho? Dios mío, ayúdame. ¿Qué dirá mi padre? ¿Me desheredará? ¿Me azotará? ¿Me matará? ¿Me avergonzará? ¿Me rechazará?” Me lo imagino cabizbajo, meneando la cabeza, nervioso, pensativo.

De pronto levanta la cabeza, y ahí viene su padre corriendo con una sonrisa a flor de labios, poniendo el grito en el cielo… “¡Bienvenido! ¡Bienvenido a casa! ¡Bienvenido a casa!” Suelta la túnica y se acerca a su hijo con los brazos abiertos, abraza a su hijo fuertemente y lo levanta en sus brazos. La Biblia dice en griego que lo besó, y lo siguió besando. Algunos padres no muestran suficiente afecto a sus niños, sobre todo a sus hijos. Algunos de Uds. dirán, “Es que debo ser estricto con ellos”.

Padres, tenemos que ser estrictos y cariñosos. Si tan solo somos cariñosos, no protegerán a su familia. Si son estrictos solamente, abusarán de sus hijos. Sean exigentes con su familia, pero también sean cariñosos. Protéjanlos y sean como un lugar de refugio para ellos. Este padre, aquí se muestra muy cariñoso con su hijo. Algunos de Uds. nunca han sido abrazados por un padre. Algunos hombres no han sido abrazados por sus padres en años. Necesito decirles a todos los padres, que siempre abracen y besen a sus hijos. No importa cuán grandes sean; hasta los muchachos. No lo hagan en forma embarazosa. Mejor dicho, no corran a la caseta a darles un beso por haber bateado un doble, ¿no es cierto? Eso no es aceptable. Pero cuando están en casa, solos, amorosamente pueden darles un abrazo y un beso. O vengan por detrás cuando los niños hayan crecido y denles un abrazo muy fuerte, y denles un beso en la frente. “Tu papá te quiere mucho”. A veces se retuercen. Dicen cosas como, “¡No hagas eso!”. Y lo que quieren decir es, “¡Hazlo otra vez!”. Eso es lo que quieren decir.

Y es exactamente lo que yo hago como padre. Dice que tuvo compasión. ¿Pueden verlo? Los ojos del padre había compasión. Dice que los abrazó y lo besó, y celebró. El padre está muy feliz. Repito, ¿quién representa el padre? En la historia, ¿quién tipifica el padre? A Dios; y nosotros somos como este hijo pródigo. Pecamos, nos rebelamos, y destruimos nuestras vidas; pero si regresamos al Padre, arrepentidos, Él sale corriendo a encontrarnos. Es compasivo, nos abraza, nos bendice, nos besa, celebra con nosotros. Tenemos un Padre tan maravilloso.

Aquí establece un precedente para toda la comunidad porque las otras personas hubieran tratado a su hijo como el padre trató a su hijo. Le tocó marcar la pauta. Como él se regocija, ahora todos van a regocijarse. Como ha recibido a su hijo, todos deben recibir a su hijo. Es una buena palabra para nosotros como iglesia. Si Dios abraza a alguien, deberíamos abrazarlos. Si Dios acoge a alguien, deberíamos acogerlos. Si Dios los ha abrazado, deberíamos hacer lo mismo.

La Biblia dice que el padre es muy generoso. Dice, “¡Traigan el anillo”. Un anillo en esa época era una forma de hacer negocios. Sería como un padre hoy en día que dice, “¡Traigan al notario! Tenemos que añadir a este muchacho otra vez a la cuenta bancaria. Necesitará una tarjeta de crédito. Necesitará ropa. Lo ha vendido todo, lo ha perdido todo. Tendremos que bendecirlo. Legalmente, económicamente, vamos a reinstaurarlo como miembro de la familia”.

Algunos de Uds. dirán: “¡No se lo merece!”. Pero así es la gracia. La gracia no requiere méritos. La gracia es inmerecida. En Romanos leemos que la bondad de Dios nos lleva al arrepentimiento. Este padre trata a este muchacho de forma misericordiosa y bondadosa, y esa clase de gracia es lo que lo seguirá transformando. Es la misma gracia que hizo que volviera a casa. Lo motiva y lo insta a seguir con su padre.

Además, dice: “¡Tráiganle unos zapatos!”. En aquellos tiempos, los esclavos andaban descalzos, y los libres usaban zapatos. Parece que el muchacho había llegado al punto de la desesperación, que vendió hasta los zapatos. O sea que está humillado. Y el padre dice, “No, hijo, te pondremos unos zapatos”. Es decir, se vino descalzo por ese largo camino, y los caminos en aquellos días eran sucios y asquerosos. Los animales andaban por ellos y no había empleados públicos para limpiarlos; o sea que los caminos son sucios y asquerosos, y tenía los pies sucios con heces de animales, orina, mugre, lodo, y basura. Está avergonzado, humillado, con la cara caída. Con cada paso que daba se acordaba de lo mucho que había pecado contra su padre, y pensaba, “He arruinado mi vida”.

Pero el padre le dice, “Limpiémoslo. Pongámosle unos zapatos. Mi hijo necesita recuperar su dignidad”. No mira a su hijo y le dice, “Sabes, en los próximos meses, si noto que has cambiado, te llevaré a comprarte unos zapatos”. Algunos padres son así. “Si te lo mereces, entonces te daré gracia”. Entonces eso no es gracia, porque la gracia se define como algo inmerecido. Le dice, “Tráiganle una túnica”, como la túnica de muchos colores que José recibió de su padre. Honrémoslo, cubrámoslo, protejámoslo, consolémoslo”.

¿Cómo creen que se sintió aquel muchacho en ese momento? Se sintió abrumado. Porque en esos días, si un hijo se rebelaba contra su padre de esa manera, su deber era traerle un regalo a su padre, como una ofrenda de paz o una disculpa. “Papá, lo siento mucho; por eso te traigo este regalo para que sepas que lo siento mucho”. ¿El muchacho viene cómo? ¿Con las manos llenas, o vacías? Con las manos vacías. Es un gran cuadro para nosotros, porque como pecadores venimos al Padre celestial con las manos vacías, pidiendo su gracia—mejor dicho, y debo corregir algo, siento que el Espíritu Santo quiere que corrija algo que dije. Este muchacho no le pide nada a su padre, ¿no es cierto? Sin más, el padre le dio esas cosas. Sin más, el padre le dio esas cosas; y eso es lo que Dios hace por nosotros. Les da cosas a las personas que no se las merecen, y que no le pidieron nada. Es un Dios de gracia. La salvación es un don asombroso para unos rebeldes que no se la merecen, y que ni siquiera la piden. Eso es lo que hace el padre.

¿Pueden sentir el corazón del hijo? El padre hace más de lo esperado en estos casos. “¡Alguien tráigame un coordinador de eventos! Necesitaremos una banda. De acuerdo, preparen las mesas, inviten a toda la comunidad. Todos los que penaron tanto por mí, y que se sintieron mal por mí, invítenlos a ellos. Haremos una gran cena de barbacoa”. En esos días no comían carne a menudo, sobre todo un becerro engordado. Es algo de mucha importancia, como una boda. “Haremos una gran fiesta y gastaré más dinero por este muchacho. El mismo que despilfarró mucho dinero, pues vamos a prodigar más dinero. Nos regocijaremos y celebraremos porque el que estaba perdido ha sido hallado”. Todo el mundo viene y se regocija.

El hijo religioso

Y mientras festejan y celebran el regreso del hijo rebelde, la historia nos presenta al hijo religioso. El hijo religioso parece ser un hijo bueno. Está en los campos trabajando duro. Porque ahora su trabajo aumentó. Antes con su hermano se repartían la supervisión del negocio familiar. Pero desde que su hermano se largó a la gran ciudad a tirarse el dinero como un necio, ahora tiene trabajar por ambos. Trabaja más duro que nunca.

Lo encontramos en los campos trabajando duro. Oye la conmoción y ve un gentío, y se pregunta qué estará pasando, y viene a la casa, y la banda toca más duro, y huele la barbacoa, y se pregunta qué estará pasando. Y unos que están en los bordes de la fiesta le dicen: “¿No has oído las noticias? Tu hermano que estaba perdido, ha sido hallado. Ha vuelto a casa. Tu padre ha hecho una gran fiesta y está gastando mucho dinero celebrando el regreso de tu hermano”.

El hermano religioso se siente indignado, amargado, intolerante, crítico. El hermano religioso viene al padre y lo deshonra. Le dice, “¿Qué estás haciendo?”. ¿Alguna vez le dijeron eso a sus padres? “¿Qué estás haciendo?”. “Tu hermano se ha arrepentido. Ha regresado a Dios y a nosotros. Hay esperanza, no está muerto. Creo que de veras está arrepentido, por lo tanto tenemos que celebrar y animarlo. Hijo, por favor acompáñanos. Ven a la fiesta. A tu hermano le encantaría verte. Se siente mal por lo que hizo”.

“¡Papá, de ninguna manera voy a ir! No me reconciliaré con él. Cuando me dio la espalda y se marchó, murió para mí. No quiero verlo. No quiero hablarle. No quiero celebrar su venida. No quiero tratarlo como un héroe. Papá, nunca he tenido relaciones sexuales. Pero él estuvo con toda clase de mujeres sueltas. No he gastado nada de tu dinero. Pero él malgastó la tercera parte de la heredad. Yo hacía todos mis quehaceres, incluyendo los suyos. Es una vergüenza, una humillación. Es un desvergonzado. Me avergüenza compartir el mismo apellido con él. La gente me pregunta, ‘¿Cómo está tu hermano?’, pero no quiero hablar de él. Estoy avergonzado de él”.

Y el padre le dice, “Por favor, hijo, ven a la fiesta”. “No”. Deshonra a su padre. Sigue recriminando al padre. Me lo imagino señalando con el dedo, con el entrecejo fruncido diciendo: “¡No tú!”. “Tú, papá. Piensa lo que haces. Deberías reprenderlo. Deberías disciplinarlo. Deberías hacer que pague por todo lo que hizo. Tú”.

¿Y qué dice el padre? Le dice, “Hijo mío, tú siempre has estado conmigo. No estoy de acuerdo con nada de lo que hizo tu hermano, pero los quiero a ambos con todo mi corazón y le doy la bienvenida a casa, y me alegro que tú nunca te fuiste. Tú y yo siempre estuvimos juntos. El deseo de mi corazón es que siempre estuviéramos juntos. Esto no tiene nada malo que ver contigo, hijo. Él estaba perdido, y ha sido hallado. Ahora tengo a mis dos hijos. Estoy muy contento. Sí, ha perdido peso. Sí, tendremos que ponerlo en un centro de rehabilitación. Sí, su vida es un desastre. Pero está vivo y ha regresado. Si fueras tú, sentiría lo mismo por ti, porque los amo a ambos por igual”. Este padre se muestra imparcial.

Además le dice, “Todo lo mío es tuyo”. “Hijo, mira, él derrochó su herencia. Todavía tienes la tuya. Hijo, no te preocupes por el dinero”. Según lo provisto por la ley, el hijo menor recibía la tercera parte de la herencia, y el hijo mayor las dos terceras partes. Cuando moría el padre, el hijo mayor se convertía en el patriarca y se encargaba no solo de la familia inmediata, sino de la familia extendida o común. Por lo tanto también debía cuidar de la familia extendida.

Por eso le dice, “Hijo, sí, él derrochó su herencia. Pero aún quedan las dos terceras partes. No he gastado nada de eso. Todo te pertenece. Todo es tuyo. Si quieres mostrarte generoso con tu hermano, puedes hacerlo. Pero el dinero es tuyo; toma la decisión. No me importa el dinero. Solo quiero que mis hijos y yo seamos una familia”.

Después dice, “Era necesario hacer fiesta y regocijarnos”. O sea, “Hijo, es lo correcto, por lo tanto debemos hacerlo”. Ese es el corazón del padre. Y el hijo religioso dice, “No. No. No me regocijaré por ese rebelde aunque haya regresado. ¡No lo haré! No vendré a la celebración. No me someteré a tu petición. No entraré en la casa. No me reconciliaré con mi hermano”.

¿Cuál de los dos son? ¿El rebelde, o el religioso?

Aquí tenemos dos hijos: Uno rebelde, y uno religioso. Mi pregunta para Uds. es: ¿Cuál de los dos son? Cada uno de nosotros tiende a ser como uno o el otro. Algunos somos rebeldes, y otros tienden a ser religiosos. Permítanme explicarles esto un poquito.

La rebeldía consiste en la innovación: Un nuevo estilo de vida, una nueva sexualidad, nueva cultura, un nuevo día. “No me quedaré amarrado al pasado. Las cosas serán diferentes ahora. Estamos en el Siglo 21”. Eso lo decían también en el primer siglo.

La religión consiste en la tradición. “Siempre hemos hecho has cosas así. Tenemos que guardar nuestras costumbres y tradiciones”. A la gente religiosa les gusta decir cosas como: “Me gustaría regresar a los viejos tiempos”. Sin embargo, en Eclesiastés dice: “No digas: ¿Por qué fueron los días pasados mejores que éstos?”. Es una necedad hacer esa pregunta. Hace 50 años, había pecado. Hace 500 años, había pecado. Hace 1.000 años, había pecado.

La rebeldía tiene que ver con la inconformidad. “No me sujetaré a las normas y a los parámetros preestablecidos por la cultura” ¿cierto? La inconformidad. La cultura urbana, arty, indie, dice: “Se trata de la expresión propia, y el inconformismo”. Es decir, una sexualidad alternativa, una espiritualidad alternativa, ideologías políticas alternativas, porque todo se trata de la auto expresión, como si fuera algo bueno. Porque no lo es.

Es puro inconformismo, mientras que la religión se trata del conformismo. Respetar las reglas. Hacer lo mejor para todo el mundo. No ser diferente”. O sea, “Vestirse igual, portarse igual, y vivir igual; no ser individualista, único, excepcional”.

La rebeldía rompe las reglas. Así es el hijo que rompe las reglas.

La religión trata de seguir las reglas. Es exactamente lo que el hijo religioso dice: “Papá, yo nunca…”; textualmente dice esto, “Nunca rompí tus reglas. Cuando éramos niños nos dabas una lista de quehaceres todos los días y he marcado cada cuadro para cada quehacer, ¡pero él no lo hizo! Yo soy el hijo bueno; él es el hijo malo. Yo guardé las reglas; él quebró las reglas”.

La rebeldía tiende a ser liberal. Para algunos de Uds. es una buena palabra. Les encanta esa palabra. “Liberal, así soy yo. Soy liberal. Para algunos de Uds. es una mala palabra. Es porque son conservadores, ¿no es cierto? Para algunos de Uds. “conservador” es una mala palabra.

La religión tiende a ser conservadora. La gente religiosa siempre escoge el lado conservador. La gente rebelde siempre escoge el lado liberal. Pelean y discuten. Por eso tenemos dos partidos políticos y dos clases de programas de debates en la radio. Los rebeldes critican a los religiosos, y los religiosos critican a los rebeldes.

La rebeldía tiende hacia lo inmoral. El hijo rebelde obviamente es inmoral. Es el tipo con un grupo de mujeres que van a su condominio a tomar trago toda la noche, y a romper los mandamientos; y no está burlando a nadie. Ni siquiera trata de hacerlo. Si va a su sitio de Facebook y oprime las fotos, sabemos claramente lo que está haciendo.

El tipo religioso es moral. Es un tipo muy moral. Se levanta temprano, se acuesta tarde, trabaja duro, nunca hace trampa, guarda las reglas, no toma, no fuma. Vive limpiamente. Es muy moral.

La rebeldía es desobediente. El hijo rebelde desobedece a su padre, desobedece a Dios.

El hijo religioso solo quiere ser obediente. “Obedezco. Si me dicen que haga algo, lo hago”. Muy conformista.

La rebeldía a fin de cuentas es perezosa. Algunos lo llaman vivir como un artista, pero es pura pereza. Porque los artistas dicen, “Es que yo trabajo cuando me siento inspirado”, que no es más que una forma creativa de decir, “Soy perezoso”. El hijo rebelde es perezoso. Se lleva todo el dinero del padre, pero no sale a ganarse su propio dinero. No invierte el dinero de su padre, lo despilfarra. Es perezoso.

La religión consiste en trabajar duro, y eso es exactamente lo que dice el hijo rebelde. “Papá, he trabajado muy, pero muy duro. Soy muy trabajador”.

En la rebeldía el pecado es visible. Es obvio. El tipo ha perdido peso, tiene adicciones, va rumbo al centro de rehabilitación, y no pueden encontrar zapatos. Es visible.

En la religión el pecado es invisible. No es patente, está aquí adentro. Es orgulloso, es un santurrón, y anida un espíritu crítico en su corazón.

La gente rebelde usa a la gente como este hijo usó a su padre. Lo usó para sacarle dinero. Los que son rebeldes entre Uds., usan a la gente. Quieren que sus padres, su familia, sus amigos, sus colegas de trabajo, sus novios, sus novias, sus maridos, sus esposas, su iglesia, y su gobierno que recojan su reguero y paguen la cuenta. Usan a la gente.

La gente religiosa no usa a la gente, juzgan a la gente. “Eres un estúpido, perezoso; eres un idiota, no eres mejor que yo”. Eso es exactamente lo que hace la religión.

La rebeldía es impía. Sencillamente lo es. La religión es justicia propia. La rebeldía dice, “No tengo que rendir cuentas a nadie y expreso lo que siento; soy libre en mi espíritu, soy único, y no acato las reglas y hago lo que siento y soy sincero conmigo mismo”. Es pura impiedad.

La religión viene y dice, “Y yo soy mejor que esa gente, y más inteligente que esa gente, y trabajo más duro que esa gente, y soy más sumiso y contribuyo mucho más a la sociedad. Ellos lo echan todo a perder y yo soy el que mantiene las cosas en orden”. Son unos santurrones.

Y el único aspecto de la historia donde el hijo rebelde y el hijo religioso tienen algo en común es que ambos usan a su padre. Ninguno de los dos lo ama. El hijo rebelde usa al padre para salir a pecar. Pero cuando el padre mira al hijo religioso a los ojos y le implora, “Hijo, por favor ven a casa, reconcíliate con tu hermano, haz feliz a tu padre. Hagamos lo que dice el evangelio”, él le dice: “No papá. Solo estaba usándote para construir un imperio económico. Estaba usándote para tener un buen currículum vitae. Estaba usándote para dejar mi legado, y ahora, papá, ¿quieres que te ame? Te digo que no”. Ambos hijos estaban usando a su padre. Lo estaban usando de dos maneras distintas. Ninguno de los dos lo amaba. Ninguno de ellos lo aman.

Mi pregunta para Uds. es, ¿Cuál de los dos son? ¿El rebelde, o el religioso? ¿Se sienten más rebeldes que religiosos? Cuando su corazón se inclina por un lado o por el otro, ¿por qué lado coge?

En el trascurso de su vida estas dos cosas deberían excluirse mutuamente. He visto personas muy rebeldes que de pronto se vuelven muy religiosas. De repente dicen, “Cómo es posible que se vistan así, que fumen, tomen y se porten así. Yo antes lo hacía y ahora me mortifica es comportamiento”. ¿En serio? ¿Cambió tan rápido?

También he visto justamente lo contrario. Personas muy conservadoras, que perteneces a iglesias conservadoras, a un hogar muy conservador, que asisten a colegios conservadores, y participan en la política conservadora; es decir, personas muy conservadoras que les pasa lo que le pasó al hijo rebelde. Llegan a cierta edad, y se van de la casa de sus padres, rebeldes. Tratan de recuperar el tiempo ‘perdido’, se van al lejano oriente, y se enloquecen.

¿Cuál de los dos son? ¿A qué lado se inclina su corazón? A la rebeldía, o a la religión? Les contaré algo personal. Es importante que seamos honestos y quiero que sean honestos con sus familiares y amigos, con sus grupos comunitarios, y con sus hijos. De acuerdo, les daré un ejemplo personal. ¿Piensan que soy más propenso a la rebeldía o a la religión? La religión. Aun cuando era rebelde, solo me consideraban rebelde las personas más religiosas que yo.

Esta es mi historia. Les contaré mi historia. Dios no me salvó sino hasta los 19 años de edad. Cursaba mi primer año en la universidad. Antes de eso, me crié en un barrio que yo consideraría rebelde. Me crié en Sea Tac, por el aeropuerto—y algunos de Uds. ya conocen mi historia—antes de que fuera incorporada a la ciudad. Cuando uno vive junto al aeropuerto y no hay policía, y todo el mundo es anónimo, las cosas se ponen muy malas. Es como en tiempo de los jueces. Todo el mundo hacía lo que bien le parecía; era horrible. Había clubes de striptease, prostitutas, el Green River Killer, Ted Bundy; encontrábamos mujeres asesinadas en nuestras canchas de las ligas de menores, y era como el Lejano Oeste. El barrio donde me crié era así: un poco alocado.

En ese barrio rebelde tampoco había padres. Como niño, era uno de los únicos con padre. Mi papá trabajaba como sheetrockero para alimentar a sus cinco hijos, hasta que se quebró la espalda. Mi papá ahora asiste a Mars Hill y es asombroso ver lo que Dios ha hecho en mi familia. Decidí que sería un buen hijo. Era medio católico; es decir, algunos católicos aman a Jesús, pero yo no era uno de ellos. Solo pensaba: “Dios existe. Y tengo que ser una buena persona”. Era así, básicamente religioso. Esos son los dos fundamentos de la religión: Dios existe, Él quiere que sea bueno, ahora hágalo. Así es la religión.

Por eso nunca tomaba. Nunca tomaba. Hasta hoy no he fumado nada, ni un solo cigarrillo. Algunos de Uds. dirán, “Pero fumar no es pecado”. Miren, no es bueno para la salud. La evidencia me favorece. Hasta hoy nunca he consumido ninguna clase de drogas, ni siquiera marihuana. Empezaron a ofrecerme drogas cuando tenía escasamente unos nueve o diez años. Es la primera vez que recuerdo que me ofrecieron toda clase de drogas, y cada vez les decía que no.

Era un “buen chico”. Sacaba buenas notas, fui presidente del cuerpo estudiantil del colegio, el que tenía más posibilidades de éxito, el hombre del año, director del periódico del colegio. Jugué para el equipo de béisbol del colegio 4 años. Cada vez que había un baile, como el baile del colegio, el homecoming, o los bailes donde las chicas invitan a los chicos; siempre me coronaban rey. Así era yo. Me nombraron “ayudador” del estudiantado porque les daba consejos a otros estudiantes, lo cual me parecía ridículo. No era cristiano, pero era un buen chico.

Ahora compartiré algo con Uds. Les mostraré algo. Esta es mi chaqueta deportiva del colegio. Bien. ¿Qué dice en la parte de atrás? Mr. Driscoll. Permítanme explicarles esto. Decidí hacerme parte del plantel. No como estudiante, sino como profesor. Pensé: “Todos los demás están borrachos o son estúpidos. Por lo tanto seré uno de los adultos”. Decidí poner Mr. Driscoll en la parte de atrás de mi chaqueta deportiva mi primer año en la universidad. No sé por qué se ríen. Ayudaba mucho al profesorado. Me sentía moralmente superior a todos los demás. Pensaba, “Soy una buena persona. No tomo, no fumo, no consumo drogas, no golpeo a la gente a menos que se lo merezcan”. Era una buena persona. Después trataron de llevarme al grupo juvenil. “¡Oh, tienes que conocer a Jesús!”. “¿Por qué?”. “Porque quitará todo tus pecados”. “No tengo pecados. Soy una buena persona. Soy una persona moral. Soy una persona decente”. ¿Cierto? Mejor dicho, “hasta tengo coronas”.

Entonces empecé a leer la Biblia que Gracie me regaló en la universidad, y me di cuenta que la religión es un pecado. La santurronería es un pecado. Vivir sin el Padre es el peor pecado de todos. Pensaba que podía vivir sin Él en mi corazón, sin amarlo de veras. “Ay caramba, soy religioso”, pensé. “Soy muy religioso. Como un religioso que no es cristiano”. Esos fueron los que asesinaron a Jesús. La mayoría de la gente religiosa no entiende las cosas de esa manera. Así que mi corazón se inclina por el lado religioso. Se inclina hacia la religión.

El tercer hijo

Entonces, volviendo a la historia, hay rebeldes y religiosos. ¿Cuántos de Uds. son rebeldes? ¿Cuántos son religiosos? Y surge la pregunta: ¿cuál de los dos debemos ser? Algunos de Uds. han intentado ambas cosas. Pero hay un tercer hijo en la historia. Es el Hijo que cuenta la historia. Él es la clave de toda la historia. No es el hijo rebelde, pues nunca pecó. No es el hijo religioso. Es el Hijo de Dios. Su nombre es Jesús. Sí, Jesús es amigo de los rebeldes, pero nunca peca. De hecho, es amigo de los religiosos, pero no es religioso. Los religiosos son los que lo van a matar, y Él muere por los pecados de ellos y de los rebeldes. Jesucristo es Dios que se hizo hombre. Es nuestro hermano mayor. Es el Hijo de Dios.

Y a estas alturas en el Evangelio de Lucas, empezando del capítulo 9 en el versículo 51, dice que Jesús con determinación afirmó su rostro para ir a Jerusalén. Así que Jesús, el Hijo de Dios, nuestro hermano mayor, va en misión a Jerusalén a morir en la cruz en nuestro lugar, por nuestros pecados, a pagar nuestra deuda. Resucita para darnos vida nueva. Todos empezamos como el hijo rebelde, o como el hijo religioso. Pero por medio de Jesús podemos ser como el tercer Hijo. El Padre corre hacia nosotros por medio de Jesucristo. El Padre nos abraza por medio de Jesucristo. El Padre nos besa por medio de Jesucristo. El Padre nos bendice por medio de Jesucristo. Así es como el Padre nos adopta en su familia. Nos viste con la túnica de su justicia. Y el banquete que comeremos con el Padre al final de los tiempos es el banquete que pondrá fin a todos los banquetes. Nos sentaremos a la mesa puesta por Jesús, el Hijo de Dios, nuestro hermano mayor.

Aunque siempre se los digo, tengo que repetirlo de nuevo porque es tan importante. En 2 Corintios 5:21, dice: “Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El”. Martín Lutero lo llama el Gran Intercambio. El Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, muere en la cruz, y ocurre un gran intercambio. Toma sobre sí todo nuestro pecado. Por los que son rebeldes, por toda su rebeldía. Por todos los que somos religiosos, y me incluyo en ese grupo, por toda nuestra religiosidad. Nos invita a hacer morir, por medio de su muerte, nuestra rebeldía y religiosidad. Algunos de Uds. se asombrarán al oír esto, porque pensaban que las únicas dos opciones eran la rebeldía o la religión. Pero hay una tercera opción: Jesucristo. Si hacemos morir nuestra rebeldía y nuestra religiosidad por medio de Su muerte, mediante su resurrección Él nos da su justicia.

Ahora, al igual que el hijo rebelde que se presenta delante del padre con las manos vacías, descalzo, y recibe esta gracia, nosotros también recibimos por gracia el don de Su justicia, la vida de Jesucristo, perfecta, obediente, y llena del Espíritu. Como resultado, tenemos el privilegio de tener vida nueva, porque el Hijo de Dios quita nuestro pecado y nos da su justicia para que vivamos una vida santa, humilde, de servicio a los demás, con un corazón compasivo como el del Padre que corre hacia los que se arrepienten, y los abraza, los besa, los acoge, les da gracia, es generoso con ellos, y les extiende el amor del Padre, el cual nos ha dado. Mi esperanza y mi oración es que vengan corriendo a la casa del Padre. Los que son rebeldes y los que son religiosos.

Dios Padre, te damos gracias. Gracias porque podemos usar la palabra “Padre”. De todas las palabras que pudiste escoger para revelarnos quién eres, qué palabra tan maravillosa es esta. Un padre, un papá. Dios Padre, para los que son rebeldes entre nosotros, pido que envíes tu Espíritu Santo para convencerlos de que si volvemos a casa ahí estarás esperándonos. Estás dispuesto a correr, a sonreír, a tener compasión, a abrazar, a besarnos continuamente, y a bendecir. Dios Padre, pido que los rebeldes vuelvan a casa hoy mismo, a su Papá. Dios, por los que somos religiosos, nos cuesta mucho regocijarnos. La gracia nos enoja. Nos gusta juzgar. No nos gusta amar. Se nos dificulta mostrar emoción y celebrar. Dios, pido que también nos mandes el Espíritu Santo a los que somos religiosos para que compartamos tu gozo, Padre, y celebremos tu gracia con los otros miembros de la familia. Dios, también te damos gracias porque no transformas a los pecadores rebeldes en personas santurronas y religiosas, sino que nos llamas a arrepentirnos tanto de nuestra rebeldía como de nuestra religiosidad, y que vengamos a Jesús, el Hijo de Dios, que nos abre un nuevo camino, un camino de santidad por gracia, por medio de la fe, que conduce a la humildad, al amor por los demás, y a un gran gozo en la presencia del Padre. Amén.

[Fin del Audio]

Nota: Esta transcripción ha sido editada.