[riéndose] Soy Spencer. Hola, soy Jonathan. Soy abogada y madre. Soy colorista en la industria de la moda. No sé cómo dejar de sonreír. Soy un estratega. Trabajo en inmuebles comerciales. Sí, estoy tratando de describir mi trabajo. La gente siempre viene a mí con ideas creativas. Llevo una bola de béisbol que me recuerda a mi padre. Perdí mi casa, mi carro, mi jubilación. Casi todos los días para mí son una locura. Como mayoristas, tenemos un gran espacio de bodega. Me gusta pensar bien las cosas. Me hice un tatuaje de un árbol. Me encanta…me encanta eso. ¿Quién piensas… quién piensas que eres?
Uno de mis libros favoritos de toda la Biblia es el libro de Rut. Podría decirse que es el cuento más grande que se ha escrito en la historia del mundo. Desde muy temprano nos presenta a una mujer, una de las figuras clave de la historia. Su nombre es Noemí. Pertenece al pueblo de Dios. Vive en la gran nación de Israel. Están pasando hambre y hay una gran crisis económica en su tierra. Su marido, un hombre insensato, decide reubicar a su familia. Mudarse es gran cosa, sobre todo en esos días porque dejaban la presencia de Dios en el Templo, y dejaban al pueblo de Dios en Israel.
Se lleva a su esposa y a sus hijos y se traslada a una tierra pagana. Ahí sus hijos se casan con mujeres impías, y él muere, y después uno de sus hijos muere y esta mujer queda pobre, en la miseria, y completamente sola. Lleva una vida devastadora y difícil. Su nombre, Noemí, quería decir dulce. Hija de Dios, esa era su identidad, y su vida debía ser dulce.
Las cosas se ponen muy oscuras y difíciles para ella, y en Rut 1:20 ella declara lo siguiente: «No me llaméis Noemí, llamadme Mara, porque mi vida se ha llenado de amargura». Cambia su nombre, y al hacerlo redefine su identidad en base a su dolor, su sufrimiento, y su pérdida. El peor día de su vida se volvió en el día que define su vida. Y al pedir a otros que la llamaran Mara, estaba aceptando la amargura como su identidad y como la lente mediante la cual interpretaría todo lo que pasaría el resto de su vida, porque el nombre Mara literalmente significa amargo. Amargo.
¿Es usted Mara? ¿En su pasado, ha vivido un periodo de tiempo como Mara? ¿Está relacionado con personas que son como Mara? ¿Tiene semillas de descontento en su alma que para usted resultarán en un periodo de Mara, o de amargura?
Este problema ha sido tan pernicioso en estos diecisiete años, casi, que llevo en el ministerio pastoral. Este es el problema que he visto con más frecuencia en mi propia alma y en el alma de otros. Cuando empezamos esta iglesia yo era el único pastor del personal hasta que tuvimos 800 personas, lo cual significa que gran parte de la carga de consejería recaía sobre mí. Y descubrí vez tras vez, tras vez, tras vez, que surgía el problema de la amargura contra el perdón. Y el pasaje bíblico al que refiero a las personas en las citas de consejería, más que cualquier otro, es Efesios 4:25–32. Es donde nos encontramos hoy, tratando el tema: Yo soy perdonado. Trata del perdón y la amargura.
Mientras buscan ese lugar en su Biblia, permítanme hablarles un poco, pastoral y teológicamente, sobre la amargura. Los amargados son arqueólogos, siempre cavan buscando el pasado. Si habla con una persona amargada, se la pasan hablando de circunstancias dolorosas en su pasado. No pueden pasar de ahí. Siempre vuelven a lo mismo. Están atascados. «Ese fue el día en que mi vida fue arruinada. Ese fue el día en que mi esperanza fue destruida. Ha sido un funeral desde ese día».
Segundo, la gente amargada recuerda el más mínimo detalle porque toman en cuenta el mal recibido. 1 Corintios 13 dice: «El amor no toma en cuenta el mal recibido». Las personas amargadas sí toman en cuenta el mal recibido, y reconsideran y repiten, y recuerdan ciertas circunstancias y situaciones, no siempre en forma precisa, porque la gente amargada a veces carece de un perspectiva veraz, pero a veces incluso se obsesionan. «Ojalá hubiera dicho o hecho tal cosa».
En el trato con una persona amargada, dicen: «Tal y tal día . . . ». Y recuerdan el día exacto de la semana, y la hora exacta, y el tiempo que hacía, y lo que uno vestía, y las expresiones faciales y el tono de voz, y palabra por palabra lo que uno dijo. Y uno dice: «No sé…no recuerdo». «¿Qué no te importa?». No, es que no estoy amargado. No he estado repitiendo ese video en mi mente cada día desde que ocurrió. Estás obsesionado con eso y estás tomado en cuenta el mal recibido.
Tercero, a la gente amargada los motiva menos la ofensa que el amor que sienten por el que los ofendió. Eso significa que si un desconocido hace algo contra uno, aunque sea detestable, lo más probable es que a los diez años no se sienta amargado, porque era un desconocido. Pero si un ser querido y cercano, alguien que usted ama y por quien siente un profundo afecto lo ofende, peca contra usted, le hace daño, lo desilusiona, será más propenso a amargarse porque sus expectativas eran más altas. Podrían decirle: «No fue nada importante». y la respuesta es: «Pero tú sí lo eres».
Somos más propensos a amargarnos con quienes más amamos: nuestros padres, abuelos, hijos, nietos, nuestros cónyuges, nuestro amigo, nuestro líder ministerial, las personas que amamos y en quienes tenemos expectativas y esperanzas. Sí, amigos, incluso Dios. incluso Dios. Mara alude a esto en Rut 1:20. Dice: «Llamadme Mara, porque el trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura». Está diciendo: «Dios es soberano, y si estas cosas pasan por sus manos abiertas, y no ataja esta aflicción y permite que me caiga encima, Él es cómplice en mi sufrimiento y ha contribuido a mi amargura». Algunos de ustedes están amargados contra Dios.
Cuarto, las personas amargadas son propensas a sentirse moralmente superiores porque se perciben como víctimas. La gente amargada tiende a entronizarse para reinar y gobernar como jueces, y emiten su veredicto sobre quienes les hicieron algún mal y asumen una postura muy exaltada de orgullo. «Veo las cosas claramente. Llené los detalles de la narrativa y estoy aquí para emitir mi veredicto, porque ese es mi derecho como víctima». Si peco contra usted, ¿tiendo a sentirme culpable o amargado? Culpable. Si siento que usted pecó contra mí, y decido no perdonarle, ¿tiendo a sentirme culpable o amargado? Amargado. La amargura se define como lo que posee la persona que percibe haber sido perjudicada. Esto contribuye a su sentido de superioridad moral y de juzgar a los demás.
¿Cómo se amarga la gente? He visto cinco maneras tanto bíblicas como prácticas en que las personas se amargan. Las primeras cuatro son ilegítimas, y la quinta es legítima, y necesito distinguir entre ellas.
Primero, usted piensa equivocadamente que pecaron contra usted aunque en realidad no pecaron pero a usted le pareció que sí; no entiende bien los hechos, por lo tanto es mentira. Les daré un estudio de caso.
Hace unos años hablaba con un caballero que llevaba años sin hablar con su hermano. Eran socios en un negocio y uno de los hermanos acusó al otro de robarse algo, y dejó de comunicarse con él lo cual resultó en la división total de la familia. Ambos vivían en la misma ciudad y ambos tenían hijos. Y no se reunían en los días feriados. Los primos crecieron sin conocerse y sin tener una verdadera relación porque había división, había amargura.
Finalmente, profundizando más hacia la causa del conflicto, un hermano dijo: «Él me robó algo, y no lo perdonaré». El otro hermano dijo: «No me robé nada». Exploramos el asunto. Investigamos el asunto. Y descubrimos que fue otra persona en la compañía la que había perpetrado el robo. El hermano amargado estaba equivocado, estaba equivocado. A veces pensamos que pecaron contra nosotros. Pero no es cierto. No es cierto. Debemos investigar cuidadosamente para dar con los hechos.
Segundo, algunos de ustedes tienen expectativas poco razonables o tácitas que no han sido satisfechas. Poco razonables significa que esperaban que alguien dijera o hiciera alguna cosa por usted, y lo desilusionaron. Lo hirieron y sufre por eso, y está triste por eso; o incluso puede que esté enojado por eso, pero no fue razonable. La expectativa no era razonable, o era tácita. Usted esperaba algo de ellos, y no le cumplieron, pero ellos no lo sabían porque usted no les dijo lo que usted esperaba.
Tercero, lo reprendieron y usted endureció su corazón, y se sintió herido, y por eso está amargado con ellos. Está amargado con ellos. «¿Cómo se atreven a decirme eso? ¿Cómo se atreven a acusarme?».
Después la conversación cambia, de su pecado, al tono de voz que ellos usan. «Veo esto en tu vida. Es pecado y es un problema». «¿Quién te crees para culparme? Más bien hablemos del pecado en tu vida. Cambiemos de tema», o, «no me gustó tu forma hablarme», o, «cuando me hablaste me miraste de cierta manera», o lo que sea. Puede que sí lo hayan amado, pero usted tenía algo en su vida que tenían que mostrarle, y lo reprendieron, y usted endureció su corazón, y se sintió herido y amargado contra ellos.
Cuarto, usted está celoso de ellos. Jacobo, el hermano de Jesús, en Santiago 3:14 dice algo penetrante y perspicaz. Habla de una condición que llama: Celos amargos y ambición personal. No es ambición para la gloria de Dios. Es una ambición para la gloria de uno mismo, la cual impulsa, alimenta y fomenta los celos amargos. Es la envidia.
Empieza cuando somos niños. Su hermano o hermana son más apuestos que usted. Son más chistosos. Son más atléticos. Son más musicales. Son más obedientes. Y usted bulle y está frustrado y enojado con ellos porque les tiene envidia.
Esto explica por qué a veces, digamos que está viviendo un momento glorioso en su vida que resulta en un conflicto amargo con un amigo o familiar quien usted pensaba lo felicitaría. Usted ingresó a la universidad que usted quería y ahora el otro está molesto con usted. Porque ellos no lograron ingresar. Conoce a alguien y empieza a salir con esa persona, y está muy entusiasmado, pero la otra persona no porque quieren tener una relación amorosa y aún no lo han logrado. Se compromete a casarse y le cuenta a otra persona esperando que se alegren al oírlo, y no se alegran, y la cosa se vuelve negativa. De repente empiezan a criticarlo. ¿Por qué tienes que hablar siempre de tu pareja? ¿Por qué tienes que echármelo en cara? ¿Por qué tienes que recordármelo a cada rato?». ¿Qué? Oh, yo no… Son celos amargos, ambición personal.
«¡Estamos esperando, vamos a tener un niño!». La otra pareja es infértil o podría ser una persona soltera y no pueden regocijarse con usted por los celos amargos y la ambición personal. Sus hijos caminan con el Señor y usted comparte ese testimonio y otros se enojan, se molestan y se vuelven críticos porque los hijos de ellos andan descarriados. O si está felizmente casado y habla de lo contento que está, y lo critican porque tienen celos amargos y ambición personal. O usted consigue trabajo, un aumento, compra casa, o es saludable y Dios lo usa a usted, de repente algo bueno se vuelve algo malo porque alguien tiene un corazón amargado y lleno de envidia.
Si usted está amargado con alguien por cualquiera de esas cuatro razones, está pecando. Está pecando. Lo que resta del sermón no aplica a ustedes. No pueden sacar el gorro que dice víctima y ponérselo el resto de su vida porque no han pecado contra usted.
La quinta categoría es el grupo al que quiero dedicar gran parte de lo que resta del sermón; o sea, se han pecado contra usted. Se han pecado contra usted. Usted es víctima del pecado. Alguien dijo o hizo algo, o no dijo o no hizo algo. Y no es que usted esté sentado en el trono simplemente dando el fallo, sino que Dios está sentado en el trono, diciendo: «Eso estuvo mal. Esto estuvo mal».
Cuando pecan contra nosotros, tenemos dos alternativas: la amargura o el perdón. Es todo. No hay una tercera opción. Cuando pecan contra usted, es la amargura o el perdón. ¿Quién e amarga la vida, o quién puede amargarlo, o quién le causará amargura? ¿Quién ha pecado contra usted? ¿Cuáles rostros le vienen a la mente? ¿Cuáles nombres le vienen a la mente? ¿Quién lo ha traicionado? ¿Quién lo abandonó? ¿Quién lo perjudicó? ¿Quién lo decepcionó? ¿Quién lo lastimó? ¿A quién culpa por su amargura?
Querido amigo amargado, lo que suele pasar es que cuando otros pecan contra nosotros, somos victimizados y tendemos a justificar nuestra amargura. Y si alguien nos muestra la Escritura que dice: «Estás amargado», decimos: «Sí, pero ellos tienen la culpa porque me hicieron tal cosa». Pero… nadie puede amargarlo. Son responsables por su propio pecado, Pero usted es responsable por su propia amargura.
Amy Carmichael era una misionera talentosa, y ella presenta una analogía muy profunda. Dice: «Una tasa de agua dulce llena hasta el borde no puede derramar ni una gota amarga, aunque sea sacudida de repente». Este es su corazón: Si alguien peca contra usted, lo único que puede salir es lo que tenía adentro. Hay amargura en usted, ellos la expondrán. No la causan, la exponen.
Si hay agua dulce en su alma, y alguien peca contra usted, están exponiendo, no están cambiando, lo que hay en su alma. Usted no puede decir: «Antes yo era solo agua dulce, y me sacudieron y toda el agua se volvió amarga». No, la sacudida, el pecado, y el conflicto solo revela, no cambia, quienes somos. Si es amarga, es porque elegimos la amargura. Si es dulce, es porque elegimos la dulzura.
¿Qué hay en su corazón? ¿Qué hay en su alma? ¿Dulzura o amargura? ¿Noemí o Mara? Noemí significa dulzura. Dijo: «Quiero que me llamen Mara». ¿Es usted Noemí o Mara? ¿Su corazón y su alma están llenos de dulzura o amargura?
Quiero tener cuidado, amigos, porque no quiero que piensen que tienen excusa para pecar porque alguien pecó contra ustedes, y en eso consiste la amargura. Es responder mal por mal, pecado con pecado.
Lo cual nos trae a Efesios 4:25–32, la sección de la Biblia que he más he usado para mí y otras personas. ¿Qué dice Dios a las personas amargadas? ¿Qué quiere Dios que digamos a las personas amargadas a quienes estamos aconsejando?
Efesios 4:25-29: Seis mandamientos para creyentes amargados. «Por tanto, dejando a un lado la falsedad, hablad verdad cada cual con su prójimo, porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis oportunidad al diablo. El que roba, no robe más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad. No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación», no para la destrucción, «según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan».
Seis mandamientos para creyentes amargados. Primero, cuidado con sus chismes. Cuidado con sus chismes. Cuando estamos heridos, tendemos a divulgar las cosas. Él nos dice: «Hablad verdad cada cual con su prójimo», o sea, si piensa que pecaron contra usted, vaya y arréglelo con ellos. Chismear es cuando hablamos de otras personas y no con ellas. Ese es el chisme. La Biblia no tiene nada bueno que decir sobre chisme, y el hecho de que esté herido no significa que haya excepciones. Usted no puede decir cosas como: «Es que soy sensible». Guarde su corazón.
Hoy con los medios sociales debemos tener mucho cuidado de no chismear. Pueden escribir entradas en Facebook, Twitter, blog. Pueden llamar por teléfono. Pueden mandar mensajes de texto. Pueden mandar correos electrónicos. Si no se cuidan del chisme, ahora tienen a su disposición la oportunidad más grande en la historia del mundo de chismear de la forma más rápida y extensa posible. Cuidado con el chisme.
Algunos de ustedes dirán: «¿Qué, no puedo hablar de ello?». Quizás debe hablar con el Señor. Es lo que llamamos oración. Dice en Proverbios 26:20: «Por falta de leña se apaga el fuego. Y donde no hay chismoso, se calma la contienda». Lo que está diciendo es que un conflicto entre creyentes es como un incendio, y el chisme como la leña. Entre más hablamos, invitamos a otros a que traigan su leña: «Oye trae tu leña que mi fuego se apaga. Tenía un conflicto con alguien y ahora el conflicto ha mermando y quiero involucrar a más personas, y quiero traer más leña para atizar el fuego y convertirlo en una verdadera hoguera. Chismosea conmigo y escúchame, y después especula. Llena los espacios en blanco y termina la narrativa. Hablemos de esto ad náuseam. Invitemos a más personas a tomar parte en esto».
El pueblo de Dios debería traer agua al fuego, no leña. El chisme no es más que astillas secas. No significa que no pueda buscar consejo sabio. Algunos de ustedes deberían hacerlo. Deberían hablar con un pastor, o consejero bíblico, o con alguien de un ministerio que fomenta la paz si ha crecido hasta convertirse en una posición de confrontación. Diga: «Está bien, aquí estamos. No quiero hablar con ellos. Ayúdenme a encontrar la manera de hablar con ellos para que podamos resolver esto».
A veces significa que literalmente debemos sentarnos ara a cara con la otra persona. Mateo 18 dice: «Si existe una ofensa personal entre los dos, empiecen cara a cara, y si eso no da resultado, traigan consigo a dos o tres personas piadosas que les ayuden a observar y a mediar en el proceso». Puede que tenga que escribir una carta para que piense las cosas bien, porque en persona sería demasiado emotivo. Esté dispuesto a verlos, pero primero es mejor comunicarse. «Esta es mi situación y quiero que nos veamos en tal sitio, y quiero hablar de este tema, y si estás dispuesto, oremos y preparemos nuestros corazones para hablar».
Puede que tenga que llamarlos, o por Skype si están lejos. Nunca podrá reconciliar nada con un mensaje de texto, y nada puede reconciliarse en Internet. Solo abrirá las puertas a los chismes amargos, que no hacen sino complicar las cosas. Traerán toda su leña a su fogata. Puede que sea alguien peligroso porque lo asaltaron o no son de confianza. Quizás necesite llamarlos por teléfono, o ir acompañado de un testigo. Es encontrar la manera más segura de tener una conversación. Pero cuidado con sus chismes.
Damas, cuidado con sus peticiones de oración que en realidad son chismes. ¿Cierto, damas religiosas? «Por favor oren por mi esposo. ¿Él es tal y tal cosa. Oh, no, eso no era chisme, era una petición de oración». No, eso fue un chisme disfrazado de motivo de oración. Usted es astuta. ¿Cierto caballeros? «Caray, oren por mi esposa Ella es tal y tal cosa». Es un chisme. ¿Ya habló con ella? «No, no estoy hablando de ella. Ore por ella». ¿Qué tal si oro para que usted no chismosee de ella?
Segundo, cuidado con sus emociones. Él dice: «Airaos, pero no pequéis». No dice que no se enojen. Y la gente religiosa dice: «Oh, hay dos baldes de emociones: las buenas emociones y las malas emociones». No es así, porque Dios tiene todas las emociones. La pregunta es si las emociones nos están acercando a la santidad o hacia la impiedad. Y algunos dicen: «Oh, el enojo es una emoción mala». No necesariamente. Dios se enoja. Dios se enoja. Jesús se enoja. Nunca pecó, pero se enojó.
El verso más citado de toda la Biblia, si escudriña los 66 libros de la Biblia y dice: «Vaya, contiene muchos versos. ¿Cuál es el más citado de todos?». Es este: Éxodo 34:6, donde Dios se nos da a conocer y se nos revela a sí mismo. Y se describe de esta manera: «Dios lento para la ira». Dios tiene una mecha muy larga. Dios no siempre está a punto de estallar de la ira. Dios se enoja, pero para enojarlo uno tiene que insistir mucho en la terquedad, la dureza de corazón, la rebeldía y la locura. Por el poder del Espíritu Santo, usted y yo necesitamos ser como Él. No es que no nos enojemos, sino que no empezamos enojados. En su enojo, no vayan a pecar.
Pero el enojo puede ser una emoción muy poderosa que puede ser usada para el bien constructivo. Les daré un ejemplo. La fundadora de Madres Contra Conductores Ebrios tenía un hijo que murió atropellado por un conductor ebrio, por un delincuente reincidente, un conductor ebrio. Y parecía que nada podía hacerse legalmente a este conductor ebrio, culpable, que mató a su hijo.
Ella se enojó. ¿Eso está bien? ¿Está bien? Si alguien se emborracha y mata personas, si alguien viola a un niño, si alguien asalta a una mujer, ¿qué piensan que siente Dios en su corazón? Enojo. Porque está mal. Ella tomó ese enojo y fundó Madres Contra Conductores Ebrios para hacer algo bueno a raíz del sufrimiento que estaba soportando. En su pecado, no vayan a pecar. Cuidado con sus emociones.
Tercero, cuidado con su tiempo. Dice: «No se ponga el sol sobre vuestro enojo». Así hablan en las sociedades agrícolas donde uno se levantaba con el sol para ir a trabajar, y se acostaba al ponerse el sol. No tenían electricidad. Eran días regidos por la salida y la puesta del sol.
Y al decir: «No se ponga el sol sobre vuestro enojo», lo que está diciendo es: «No dejen que las cosas se extiendan o dilaten». No significa que no puedan salir a caminar y decir: «Mire, estoy muy frustrado. Necesito orar. Necesito llevar un diario espiritual, pensar bien las cosas, estar en mis cabales. Permítame tranquilizarme. Déjenme leer mi Biblia. Estaré listo en un par de horas. Permítame estar listo para hablar con usted para que yo no añada más leña a esta fuego».
Eso está bien, pero cuando uno espera días y meses, y años, es como un cáncer del alma sin tratar. Crece, y crece, y crece. Por eso dice que tengamos cuidado con su tiempo. Algunos de ustedes le tienen tanto miedo al conflicto, que eligen la amargura sobre el conflicto. ¿Qué pasa cuando no hacemos caso a la enseñanza de Dios?
Eso es lo que da ímpetu al el cuarto punto. Él dice: «Cuidado con su enemigo». Dice: «Ni deis oportunidad al diablo».
Aquí es donde la enseñanza cristiana se diferencia de la enseñanza no cristiana. Si está lidiando con problemas de amargura, y relaciones tensas, y falta de perdón, y busca la respuesta en la sicología y la consejería secular, ahí no hablan de Satanás y los demonios. Pero la Biblia sí, y la Biblia dice que Satanás y los demonios odian a Dios y al pueblo de Dios, lo cual significa que les encanta cuando los cristianos se disparan. A Satanás le fascina cuando un cristiano le dispara a un no cristiano. Le ahorra la bala, y también perjudica la reputación de Jesús en público. Todo es guerra espiritual.
Para allá vamos en Efesios 6. El siguiente capítulo se trata de la guerra espiritual. Y la introducción a Satanás y a los demonios está aquí, en que buscan la oportunidad para introducirse a la iglesia, a nuestras familias, a nuestras relaciones, a nuestras vidas, a nuestros grupos comunitarios, a nuestros grupos de redención, por medio de la amargura.
Dice también, que tengan cuidado con sus manos. Dice: «El que roba, no robe más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad».
¿Qué hace con sus manos cuando está amargado? ¿Golpea algo? ¿Empuja a alguien? ¿Agarra a alguien? ¿Tira algo? ¿Da un portazo? ¿Se monta en un carro lo pone en marcha y sale embalado? ¿Qué hace con sus manos?
Dice: cuidado con sus manos. Que hagamos algo constructivo, no destructivo. Algo que ayude a otros, no que lastime a otros. Hablaba con un abogado de divorcios después del sermón anterior, y llegó y me dijo: «Así es mi vida». Me dijo: «Lo que la gente hace con sus manos cuando están amargados», dijo: «Mark, es devastador lo que hacen con sus manos». Toman el teléfono, toman la portátil, y declaran la guerra. Cuidado con las manos.
Y sexto, cuidado con su boca. Dice: «No salga de vuestra boca ninguna palabra mala». Usted dice: «¿Cómo sé si una palabra es mala?». No se trata de exteriorizar su dolor, sino «para que imparta gracia a los que escuchan». ¿Estoy diciendo la verdad al decir esto? Porque empieza declarando: «Dejando a un lado la falsedad, hablad verdad cada cual con su prójimo».
Los amargados tienen tendencia a reescribir, revisar la history. «Omitiré estos detalles que me hagan quedar mal. Recalcaré estos detalles que los hagan quedar mal a ellos. Y no diré toda la verdad». Dice: «Cuidado con su boca. Cuidado con su boca. Digan la verdad acerca de ellos y acerca de ustedes. Algunos de ustedes dicen: «Pero pecaron contra mí, acaso no tengo derecho?». No tienen derecho a responder al pecado con el pecado. La Biblia dice: «No devolviendo mal por mal».
Y he observado algo en casi diecisiete años que llevo como su pastor y lo he observado en mi propia vida y en la vida de otras personas. Cuando estamos amargados con alguien, tendemos a ponerles apodos. En mi experiencia, apodamos a los que amamos y a los que odiamos. Y si estamos amargados con alguien, les damos un nombre, los apodamos. Y lo que estamos tratando de hacer es crear una identidad para ellos. No eres un hijo de Dios muy amado, eres lo que te hayamos apodado.
Y se lo decimos a otros para invitarlos a repetir el mismo apodo que les pusimos, para que verlos después, no solo en forma negativa, sino para que todas las personas que podamos se junten a nosotros para pensar mal de ellos. Al darles un remoquete o apodo, suponemos que nunca cambiarán. Esa es su identidad. No tienen esperanza. Ahora sí podemos despreciarlos por completo Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, dice: Cuidado con su boca.
¿Quién escribió esto? ¿Quién escribió esto, Mars Hill? Dios, por medio de un hombre encarcelado llamado Pablo. Pudo haberse amargado mucho con la gente y con Dios. Está en la cárcel porque ama a Jesús. Por eso está en la cárcel.
Y pudo haber dicho en la cárcel: «Odio al gobierno romano. Los desprecio mucho. Y estoy muy desilusionado con Jesús. He estado en naufragios, sin techo, pobre, golpeado, no tengo esposa. No tengo hijos. Estoy solo. Estoy en un calabozo. No sé si me irán a librar. Y estoy desilusionado con Jesús, porque renuncié a todo por Él, y Él no me ha dado nada». Y él no dice eso. Su vida es más dura, su dolor es más profundo, su dolor es más oscuro que el suyo o el mío. Su aflicción demoníaca llega a un nivel incomprensible para nosotros.
¿Cómo se vuelve amarga la gente? ¿Cuál es el ciclo de la amargura? Efesios 4.31: «Sea quitada de vosotros toda», ¿cuánta? Toda. La palabra toda es muy importante. «Sea quitada de vosotros toda amargura». De eso hemos estado hablando los últimos 40 minutos, sobre esa palabra. «Toda amargura». Permítanme empezar ahí.
Hebreos 12:15 dice que como cristianos en la iglesia, no podemos dejar que brote ninguna raíz de amargura y que por ella muchos sean contaminados. Lo que está diciendo es que la amargura tiene raíces. Les daré una analogía, una ilustración de mi niñez.
Yo era el mayor de cinco hijos, y no regábamos el césped en verano porque costaba mucho. Y el pasto moría, pero la maleza florecía. No sé por qué, pero así eran las cosas en nuestro patio. Había maleza por todas partes, y mi papá me decía: «Mark, tengo que ir a trabajar. Estarás en casa este verano. Necesito que salgas a desmalezar el césped». «¿Cómo hago eso, papá?». «Toma una pala y con eso la sacas.»
Pensé: «No, quiero montar bicicleta y jugar béisbol. Es verano. Tiene que haber una forma más rápida de desmalezar el césped». Cogí el cortador eléctrico de malezas, o la desmalezadora, y pensé: «Con esto en un minuto acabo. Quitaré toda la maleza y después tendré tiempo para montar bicicleta, jugar béisbol, y seguir con mi vida». Tomé la desmalezadora eléctrica, desmalecé toda la maleza, me monté en mi bicicleta y salí a disfrutar el resto de mi verano. Y, oh milagro, al poco tiempo miré a que no se imaginan lo que tenía. Más maleza. Más maleza, porque las malezas tienen raíces y si no saca las raíces, saldrá más maleza, ¿verdad?
El perdón es la pala que saca la raíz de la amargura. Lo que Pablo nos dice aquí es: «No solo traten de resolver las heridas, el enojo, y el mal genio, saquen la raíz». ¿Y la raíz es qué? La amargura. ¿A cuántos de ustedes piensan: «Supero algo y después vuelve más grande y peor que nunca»? No sacó la raíz.
«Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así como toda malicia». Volviendo a la analogía que tomé de Proverbios 26:20, sin madera el fuego se apaga. «Donde no hay chismoso, se acaba la contienda». La amargura es la chispa. Alguien pecó contra usted. Fue herido. Hay un destello. Usted decide: «No los perdonaré», o, «no los perdonaré ahora». Ya hay una chispa.
Eso conduce a la ira. Ahora hay una llama. ¿Alguna vez han hecho una fogata? Lo primero que necesita es una chispa, y una pequeña llama. Ahora tenemos los rudimentos de lo que podría ser una fogata. Tenemos una oportunidad. Así es la ira. La amargura es como una chispa. La ira es como la primera llama. Ahora, mediante el chisme literalmente lo está atizando. «Me hicieron tal cosa. dijeron tal cosa. Me hirieron. Me siento así. Vean lo que siento». Está atizando esa pequeña llama, esperando que pueda convertirla en fuego.
El enojo es cuando uno ya tiene un fuego pequeño. No tiene que seguir metiendo papel. Las astillas se han prendido. No es un fuego grande, pero podría serlo.
«El clamor». Ahora es un fuego creciente. Es un fuego creciente. Es tibio. Produce calor. Puede verlo. Se ha avivado. ¿Alguna vez han estado junto a una gran hoguera? Es como si tuviera vida propia, tiene tanta energía. Así es el clamor.
«Las calumnias». «El fuego está bien caliente. Los carbones, ardiendo. Necesitamos más leña. Necesitamos más leña. No tengo suficiente leña para crear el incendio forestal que yo quiero, empezaré a hablar de esta persona a quien acuso de haber prendido el fuego, porque su pedernal chocó contra mi pedernal. Por tanto, fue culpa del otro que prendió la chispa». Olvídese del resto de la historia, donde usted amontona la leña, y atiza y anima, y anhela un conflicto y un fuego más grande.
«¿Dónde encuentro leña? Recuerdo que no le cae bien a fulano. Voy a hablar con él». ¿A ti no te cae bien? A mí tampoco. ¿Sabes lo que me hizo? ¿Te hicieron eso? Vamos, trae tu leña Arrójala a mi fuego. ¿Tienes amigos que fueron heridos por ese? Vamos y hablemos con ellos. Hagámonos amigos de ellos. Mandémosles correos electrónicos. Llamémosles. Escribámosles mensajes de texto. Juntémonos con ellos. Oye, ¡trae tu leña! ¡Tenemos una hoguera! Oh, ¿ni siquiera lo conoces, pero alguien te hizo algo parecido, y estás herido, y no quieres perdonarlo? Tu leña arderá. Está seca. Solo arrójala al fuego». Esa es la calumnia. Esa es la calumnia.
«Así como toda malicia». Ahí es cuando el incendio no se puede controlar. Se va en cualquier dirección y consume cualquier combustible. Es cuando familias enteras se queman y quedan destrozadas, los negocios quedan destrozados, las amistades quedan destrozadas, los grupos comunitarios se quedan destrozados. Los grupos de redención y las iglesias se queman y quedan destrozados.
Hace unos años, estábamos de vacaciones cuando los niños eran más jóvenes, en el centro de Oregón. Es terreno desierto. Seco. Hubo un incendio. No sabían cómo empezó. Pensaron que un campista descuidó su fogata, o que alguien iba manejando y tiró un cigarrillo… una sola chispa, y el departamento de bomberos no pudo contenerlo.
Se volvió un incendio forestal. Y había saltado la línea. Saltó autopistas y carreteras. Estaba consumiendo casas y destruyendo vidas. Desviaron el tráfico, y mientras estábamos atascados en el tráfico, podía verse un humo negro rodando que tapaba el cielo. Seguramente el que tiró el cigarrillo, o el que descuidó su fogata en el campamento no quiso que eso pasara.
Las personas amargadas no quieren quemar todo a su paso. Pero las dos alternativas son la amargura o el perdón, leña sobre el fuego, o agua sobre el fuego. A veces a las personas heridas les gusta herir a las personas. Algunos incendios se mueven lentamente. Algunos incendios se mueven rápidamente. El Espíritu Santo sabe de qué está hablando, ¿verdad? Este libro no es viejo. Es un libro eterno, por eso siempre es oportuno.
¿Entonces qué hacemos? Las personas perdonadas perdonan. Efesios 4:30, 32: «Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios». Al escuchar esto sé que algunos de ustedes inmediatamente piensan: «¿Perdonarlos? ¿Eso es echar agua al fuego? No puedo hacer eso. No lo haré». La verdad es que usted no puede hacerlo, pero por el poder del Espíritu Santo, sí puede. El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Trinidad. Fue quien dio poder a la vida de Jesús.
Amigos, ¿alguna vez pecaron contra Jesús? Sí. ¿Alguna vez Jesús pecó contra alguien? No. Por eso Él es la víctima más inocente que ha existido. ¿Jesús se volvió amargado? No. ¿Cómo? Por el poder del Espíritu Santo, Él es capaz de perdonar. Ahora Jesús ha enviado su Santo Espíritu a morar en su pueblo, para que tengamos acceso a su poder. Para que en vez de reaccionar en base a la amargura, podamos responder por medio del Espíritu Santo.
Se necesita un milagro para que una víctima amargada perdone, y el milagro se llama el Espíritu Santo. Él es quien le permitirá, le dará poder, lo capacitará para perdonar. Y si lo resiste y lo apaga; esas dos palabras en las Escrituras describen cómo peleamos contra el Espíritu Santo y reprimimos su ministerio, entristecemos al Espíritu Santo.
El Espíritu Santo no es una fuerza impersonal. Él es un Dios personal. Él los ama, y los ama a ellos, y ama el gozo, y la paz que el perdón puede traer. Y cuando peleamos contra Él, cuando lo resistimos, cuando le desobedecemos, cuando lo ignoramos, lo entristecemos.
Amigos, el pecado no es solo quebrantar las leyes de Dios, es quebrar el corazón de Dios porque Dios no es solo una ley, Él es una Persona. ¿Está entristeciendo al Espíritu Santo? ¿Hay tristeza? ¿Hay dolor por causa suya en Él? Génesis 6 señala: «Era mucha la maldad de los hombres en la tierra… y le pesó al Señor haber hecho al hombre y se entristeció su corazón». Algunos de ustedes dirán: «Pero estoy herido». Y el Espíritu Santo le diría: «Yo también». «Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención». Al volverse cristiano, el Espíritu Santo está en usted y es Él quien lo llevará al reino de Dios.
¿Entonces qué hacemos? «Sed más bien amables unos con otros», no querían escuchar eso, ¿verdad? No querían escuchar eso. «Misericordiosos», no de duro corazón, sino misericordiosos. No querían escuchar eso. «Perdonándoos unos a otros». No querían escuchar eso. «¿Por qué debo perdonarlos? ¿Por qué?». «Así como también Dios os perdonó». Las personas perdonadas perdonan. Esto tiene más que ver con usted y Jesús que con usted y la otra persona. Ellos no lo merecen, ni usted tampoco. Ese es el evangelio, ¿verdad Mars Hill?
Ese es el evangelio. Todo nuestro pecado es contra Dios. El salmista dice esto en el Salmo 51: «Contra ti, contra ti solo he pecado». Todo el pecado que cometemos, aunque sea contra otra persona, en últimas es contra Dios. ¿Cómo responde Dios a nuestro pecado? No recurre a la amargura. No ataca. Viene como el Señor Jesús a caminar entre sus enemigos, a vivir sin pecado, y a que pequen contra Él continuamente.
Y Jesús hace algo tan maravilloso. Va a la cruz y se sustituye, muere en lugar de sus enemigos. Y los teólogos dirán que las últimas palabras de Jesús en la cruz fueron siete declaraciones. Una de ellas fue cuando Jesús dijo: «Padre», ¿qué? «Perdónalos». Y Jesús muere para que seamos perdonados. Y el Padre no está airado. con nosotros. Jesús sobrellevó la ira. El Padre no nos castiga. Jesús sobrellevó el castigo. El Padre no nos condena. Jesús sobrellevó nuestra condenación.
¿Se alegran de que Dios no les guarde amargura ahora, y que no esté inventando maneras de hacerles malicia? Es una hipocresía decir: «Dios, estoy tan agradecido por tu perdón, pero rehúso extender ese perdón a otros». Porque cuando hacemos eso, lo que estamos diciendo es, «Señor, yo sé que los pecados que he cometido contra ti son muy graves, pero los pecados que ellos cometieron contra mí son peores. Entiendo que me hayas perdonado, pero necesitas entender por qué no soy capaz de perdonarlos». Eso es blasfemia.
Permítanme decirles brevemente, porque muchos de ustedes tendrán preguntas, las siete cosas que el perdón es, y después veremos las siete cosas que el perdón no es.
Primero, el perdón es cancelar la deuda que le deben a uno. «No te haré pagar. No voy a aferrarme a eso emocionalmente, relacionalmente». Jesús nos dice que oremos así: Dios, perdona nuestras deudas así como perdonamos a los que nos deben. Le perdón es librar a alguien de una deuda que nos debe.
Segundo, el perdón es remover el control que el que nos ofendió tiene sobre nosotros. Si no los ha perdonado, y está amargado contra ellos, pueden seguir controlándolo. Jesús no es un Señor funcional y práctico por lo que usted se cree, y como responde usted depende en gran parte de lo que ellos hicieron, no de lo que Él hizo.
Tercero, el perdón es dar un don a uno mismo y al que nos ofendió. Podemos seguir adelante. En parte, podemos librarnos del estrés, la ansiedad, y de la obsesión.
Cuarto, el perdón es renunciar a la venganza. En Romanos 12:19, Dios dice: «Mía es la venganza, yo pagarzé » Lo que no estamos diciendo es, «No estoy sancionando la injusticia, estoy dejando la justicia en manos de la corte perfecta, con el Juez perfecto.
Quinto, el perdón es dejar la justicia en manos de Dios. Algunos de ustedes aman la justicia. Con buena razón. Dios también la ama. Y la justicia viene en la cruz o en el infierno, donde Jesús murió en lugar de ellos por sus pecados y ellos se arrepintieron o no se arrepintieron, y comparecen ante el Señor Jesús a ser sentenciados a los tormentos eternos y conscientes del infierno, a sufrir por lo que han estado haciendo. Es dejar la justicia final en manos de Dios. Amigos, en el pasado la justicia vino en la cruz, pero en el futuro vendrá en el infierno, y no estamos dispuestos a buscar justicia ahora, sino a dejarla en sus manos.
Sexto, el perdón es un proceso en curso. Los personamos una vez, pero puede que tengamos que perdonarlos de nuevo porque repiten lo que hicieron, o quizás vuelva el dolor nuevamente y las viejas heridas empiezan a sangrar. En tiempos de Jesús los rabinos solían enseñar que debían perdonar a alguien dos o tres veces. Vinieron al Señor Jesús y le preguntaron: «Señor Jesús, ¿cuántas veces debemos perdonar a nuestro enemigo?». Y les contestó: «¿Qué? Hasta setenta veces siete». O sea, «Sigan perdonando. Sigan perdonando».
Séptimo, el perdón es desear el bien para los que nos ofenden. Uno sabe si en verdad los ha perdonado si su esperanza es que conozcan al Señor Jesús, y que su futuro sea mejor que su pasado.
Siete cosas que el perdón no es. El perdón no es negar que el pecado ocurrió, o disminuir el mal causado. «Nada pasó. Ni siquiera lo recuerdo. No fue nada grave. Eso fue hace tiempo». No, en realidad fue horrible. Dios tuvo que morir por ello. Así de grave fue.
Segundo, el perdón no es facilitar el pecado. Su cónyuge es un adicto, o es ladrón, o un abusador. No es facilitar el pecado.
Tercero, el perdón no es necesariamente responder a alguien cuando pide disculpas. «Nunca me pidió disculpas». Puede que nunca le pidan disculpas. Puede que nunca estén arrepentidos. Puede que se mueran sin pedirle disculpas. Puede que se trasladen a otro lugar. Puede que usted no sepa dónde están.
El perdón no es ocultar crímenes que cometen contra nosotros. Hace años le conté a una mujer, cuyo esposo era abusivo, le dije: Necesita perdonarlo, y llamar a la policía. «No puedo perdonarlo y llamar a la policía». Sí, usted puede, porque él cometió un crimen. Mars Hill, no somos una iglesia que permite que las mujeres sean golpeadas o que los niños sean atacados. No, usted puede perdonar a alguien y mandarlos a la cárcel. Si han cometido un crimen, es lo que exige la ley.
Quinto, el perdón no es olvidar. a muchos religiosos les encanta citar Jeremías 31:34, donde dice: «No recordaré más su pecado». Y ellos, con desparpajo dicen cosas como: «Dios no se acuerda y usted tampoco debe acordarse. Necesita dejar eso y olvidarlo». Y uno dice: ¿En serio? Dios no olvida nada. Dios es omnisciente. Dios lo sabe todo.
No hay una lista de cosas que Dios sabía antes. Lo que eso significa es que Dios elige no ver nuestra identidad a la luz de lo que hicimos, sino a la luz de lo que Jesús hizo, y no interactúa con nosotros principalmente en base a lo que hicimos, sino principalmente en base a los que Jesús hizo. Por tanto, perdonar significa decir: «No siempre está en la vanguardia de mi mente, y no te defino por lo que me hiciste, y no interactúo contigo sin tener esperanzas para ti».
Sexto, el perdón es confiar. Si un esposo comete adulterio, y pide perdón a su esposa, y ella dice que lo perdona, ¿vuelven a empezar como si nada? No, porque han retirado mucho capital de su cuenta de confianza. La confianza se gana despacio. Se pierde rápidamente. Perdonar a alguien no es necesariamente volver a confiar absolutamente en la otra persona.
Séptimo, el perdón no es la reconciliación. Se necesita una sola persona para arrepentirse. Se necesita una sola persona para perdonar. Y después está la reconciliación. Se necesitan dos personas para la reconciliación. Lo único que podemos hacer es lo que podemos hacer. Por eso dice Pablo en otra parte: «Si es posible, en cuanto de vosotros dependa, estad en paz con todos los hombres». Lo que está diciendo es: «Extiendan la mano. Déjenla extendida, y si no responden, no se han reconciliado, pero han hecho lo posible y su consciencia estará tranquila». El perdón no es necesariamente la reconciliación. Es una invitación a la reconciliación. Eso es lo que es.
Dos preguntas para terminar. ¿Están listos para perdonar? Les daré una lista de cosas para pensarlas y hablar de ellas con su cónyuge, con sus compañeros de cuarto, con su grupo comunitario, con su grupo de redención, con sus amigos.
Primero, ¿a quién necesitan perdonar? ¿A quién necesitan perdonar? Porque las personas perdonadas perdonan.
Segundo, ¿quién necesita perdonarlo a usted? Al escuchar este sermón, porque tendemos a ser religiosos y a sentirnos moralmente superiores, pensamos en los que deben pedirnos perdón, y tendemos a no pensar tanto en todas las personas a quienes debemos pedir perdón. ¿Contra quién ha pecado, y si ellos escucharan este sermón, su rostro y su nombre serían lo primero que surge en sus mentes? ¿Cómo van a arrepentirse, cómo van a extenderles la mano?
Gracias por dejarme enseñarles por una hora. Algunos de ustedes preguntarán: «¿Dónde aprendió todo eso? Porque soy un pecador culpable que también ha aprendido algunas cosas a las malas. Y necesito a Jesús, y ustedes necesitan a Jesús, y necesitamos a Jesús. Y la buena noticia es que en Cristo somos perdonados, y las personas perdonadas perdonan. Quiero que esta pesadez nos pese en el santuario. No quiero que avancemos demasiado rápido emocionalmente, porque podría ser un poco incómodo. Quiero que esto penetre sus almas.
Voy a pedir a los administradores financieros que pasen al frente ahora mismo, y vamos a recolectar nuestros diezmos y ofrendas. Hacemos esto para difundir las buenas nuevas de Jesús por el mundo. Queremos que nuestra iglesia sea saludable. Queremos plantar otras iglesias. Queremos hacer discípulos. Sabemos que el mundo está lleno de pecado y de muerte, y sabemos que sin Jesús no hay esperanza, ni ayuda, ni sanidad, sobre todo que dure para siempre. Al dar sus diezmos y ofrendas, permítanme decirles que los amo, los aprecio. Y si les gustaría conectarse, o si necesitan ayuda, o si quieren que les hagamos seguimiento, llenen la tarjeta para decirnos cómo podemos amarles y servirles.
En un momento vamos a responder, de igual manera, participando en la comunión. Permítanme explicarles esto. Tomamos parte en la comunión cuando recordamos el cuerpo quebrantado y la sangre derramada de Jesús; recordamos que no solo somos perdonados, somos perdonados mediante la muerte de Jesucristo. Él dice: «Así como también Dios os perdonó en Cristo». Sin Cristo, no hay perdón de pecados.
Si usted está aquí y no es cristiano, usted no será perdonado a menos que se aparte del pecado y confíe en Cristo. Por eso le invito a hacer eso ahora mismo. Y para los que han sido perdonados en Cristo, o sea, ya son cristianos o se volvieron cristianos el día de hoy, a veces cuando tomamos parte en la comunión, se vuelve una especie de rutina, Que hoy lo hagamos como un rito mediante el cual recordamos que «Soy perdonado por el cuerpo quebrantado y la sangre derramada de Jesús. Y su palabra para mí, desde su cruz, desde su boca ensangrentada, es: «Padre, perdónalos». Al tomar parte en la comunión, están identificándose públicamente con la muerte de Jesús por ustedes, y están declarando que han sido perdonados por él.
Si vino hoy con alguien con quien no se ha reconciliado, Pablo nos dice en Corintios que antes de participar en la comunión necesitamos reconciliarnos con los que no nos hemos reconciliado. Por lo cual, aprovechen esta oportunidad; quizás sea alguien que vino con usted, o que estén en el santuario, hoy con nosotros. Necesitan ir con esa persona y necesitan resolverlo todo aquí, diciendo: «Necesitamos resolver esto, y quiero pactar a los ojos de Dios que lo haremos. Participemos en la comunión juntos representando el comienzo de nuestros esfuerzos de echarle agua a esta hoguera y no más leña».
Y por último, quiero pensar en el hecho de que algunos de ustedes no tendrán las conversaciones más duras, abrumadoras, y difíciles de su vida. También puede volverse la semilla del ministerio más grande que usted ha tenido, porque al ser perdonado y al compartir su historia de perdón y al animar a otros a perdonar, ese tiempo difícil que atravesó puede ser una gloriosa oportunidad.
Y el Apóstol Pablo en Hechos 7 aún no era cristiano, y lo vemos supervisando el asesinato de un diácono de la iglesia primitiva llamado Esteban. Esteban amaba a Jesús y Pablo odiaba a Jesús, y Pablo asesina a un hombre que ama a Jesús. y Esteban, el diácono de la iglesia primitiva dice lo siguiente al morir: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado».
Esteban le dice a Pablo cuando está a punto de dar el último suspiro: «Te perdono, y pido a Dios que te perdone también». Y Esteban perdonó el pecado que cometieron contra él y lo dejó en manos de Dios, y deseando el bien para Pablo, oró por él. Jesús salvó a Pablo. Pasó de ser asesino de cristianos a ser pastor de cristianos, y a hablar del perdón porque él había sido perdonado.
Dios Padre, pido por nuestra gente. Señor Dios, pido por los que han pecado para que se arrepientan y pidan perdón. Y por las víctimas del pecado, para que perdonen. Dios, sé que cuando estamos heridos queremos hacer una hoguera. Queremos que todos la vean. Queremos que la gente venga y se junte alrededor de nuestra hoguera en la oscuridad, para hablarles, para exponer nuestra queja, y chismear sobre la otra persona. Dios, sabemos que el mundo está lleno de personas dolidas, abrumadas, quebrantadas, y amargadas. Sabemos, Señor Dios, que la gente anda por ahí con bultos de leña buscando hogueras. Y Dios, en la era de la tecnología, está más disponible que nunca.
Señor Dios, por eso pido por mí, por nosotros como iglesia, pido por nuestras familias y por nuestros grupos comunitarios, y por nuestros grupos de redención en todas nuestras localidades. Pido contra el enemigo, sus siervos, sus obras, y sus efectos. Pido contra esta oportunidad para que no se arraigue por medio de personas amargadas. Señor Dios, por favor envía al Espíritu Santo para iluminar nuestro entendimiento y dar poder a nuestras relaciones. Y Señor Jesús, te damos gracias porque somos perdonados, y te damos gracias por la gran invitación que nos das para perdonar a otros, porque los perdonados perdonan. En el nombre de Jesús, amén.
Nota: Esta transcripción ha sido editada para la legibilidad.